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viernes, 29 de julio de 2011

Es un pájaro… Es un avión… ¡No! ¡Es una actitud!


Es un pájaro…
Es un avión…
¡No! ¡Es una actitud!
Haya pues en vosotros esta actitud que hubo también en Cristo Jesús (Filipenses 2:5, Biblia de las Américas).
Era un hermoso día en San Diego, y mi amigo Paul quiso llevarme a volar en su avión. Como era nuevo en California del Sur decidí ver mi nueva tierra desde una perspectiva distinta. Me senté en el asiento del copiloto mientras mi amigo terminaba de revisar sus instrumentos. Todo estaba bien, así que Paul encendió los motores y nos dirigimos hacia la cabecera de la pista. Cuando el avión se elevaba me di cuenta que su nariz estaba más alta que el resto del fuselaje. También me llamó la atención que, aunque el paisaje que teníamos abajo era esplendoroso, Paul observaba continuamente el tablero de instrumentos.
Como no soy piloto, decidí convertir el vuelo de placer en una experiencia de aprendizaje.
—Todos esos cuadrantes —comencé—, ¿qué te dicen? Veo que observas unos más que otros. ¿Qué es este?
—Ese es el indicador de actitud —respondió.
—¿Cómo puede un avión tener una actitud?
—En vuelo, la actitud de la nave es lo que llamamos la posición del avión en relación con el horizonte.
Como mi curiosidad ya se había despertado, le pedí que me explicara más.
—Cuando el avión asciende —dijo—, tiene una actitud nariz arriba, porque la nariz de la nave señala más arriba del horizonte.
—Eso es correcto —continuó mi instructor—. Los pilotos prestan atención a la actitud del avión porque eso indica su comportamiento.
—Ahora puedo entender por qué el indicador de actitud está en tan visible lugar en el tablero de instrumentos —manifesté.
Paul, comprendiendo que era un estudiante ansioso, continuó:
—Como el comportamiento del avión depende de su actitud, es necesario cambiar su actitud para cambiar su comportamiento.
Lo demostró elevando la nariz del aparato. El avión ascendió con seguridad y la velocidad disminuyó. Cambió su actitud, y eso cambió su comportamiento.
Paul concluyó su lección diciendo:
—Puesto que la actitud del avión determina su comportamiento, los instructores enseñan «actitud de vuelo».
Esa conversación me hizo pensar en las actitudes de la gente. ¿La actitud de un individuo, no norma su comportamiento? ¿No tiene un «indicador de actitud» que continuamente evalúa sus perspectivas y sus logros en la vida?
¿Qué pasa cuando la actitud está produciendo resultados no deseables? ¿Cómo puede cambiarse la actitud? Y, si la actitud cambia, ¿cuáles son las ramificaciones hacia las personas que le rodean?
Mi amigo Paul tenía un manual de instructor sobre «Actitud de vuelo», la relación entre la actitud del avión y su comportamiento. Nosotros, también, tenemos un manual sobre la actitud de vida… la Biblia.
El apóstol Pablo, escribiendo a la iglesia de Filipo, colocó ante esos cristianos un indicador de actitud. «Haya, pues, en vosotros esta misma actitud que hubo también en Cristo Jesús» (Filipenses 2:5, Biblia de las Américas).
Cristo nos da un perfecto ejemplo. Su elevada norma no fue dada para frustrarnos sino para revelarnos áreas en nuestras vidas que necesitan mejoramiento. Cuando estudio Filipenses 2:3–8, traigo a mi mente las actitudes saludables que Jesús poseía.
Era desinteresado. «Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros» (Filipenses 2:3–4).
Era seguro. «El cual siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres» (Filipenses 2:6–7).
Era sumiso. «Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz» (Filipenses 2:8).
Pablo dice que estas cualidades fueron notorias en la vida de Cristo, debido a su actitud (v. 5, Biblia de las Américas). También dice que nosotros podemos tener la misma actitud en nuestras vidas. Para ello tenemos el ejemplo de esa actitud y el estímulo para obtenerla.
En Romanos 12:1, 2, Pablo afirma:
Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.
El resultado de una mente renovada o una actitud cambiada es comprobar y cumplir la voluntad de Dios. Una vez más vemos que la actitud dicta el comportamiento.
En una ocasión prediqué un mensaje basado en el Salmo 34, titulado: «Cómo encarar el temor». David estaba solo, temeroso y frustrado en una cueva, rodeado por los enemigos, cuando escribió este mensaje reconfortante. El comienzo del capítulo nos permite entender el porqué del éxito de David, aun cuando estaba rodeado de problemas.
El triple proceso de la alabanza de David
1.     La alabanza comienza en la voluntad (v. 1).
«Bendeciré a Jehová en todo tiempo; su alabanza es- tará de continuo en mi boca». Su actitud refleja una determinación de regocijarse pese a la situación.
2.     La alabanza afecta a la emoción (v. 2).
«En Jehová se gloriará mi alma». Ahora, David alaba al Señor no solamente porque es lo correcto, sino también porque le gusta.
3.     La alabanza se extiende a otros (vv. 2–3).
«Lo oirán los mansos y se alegrarán. Engrandeced a Jehová conmigo, y exaltemos a una su nombre». David demuestra que el cumplimiento de la alabanza comienza con una actitud de estar determinado a alabar. La conclusión del capítulo registra el triunfo de David: «Jehová redime el alma de sus siervos, y no serán condenados cuantos en Él confían».
La actitud de vivir, al igual que la de volar, dice: «Mi actitud dicta mi comportamiento». Esa expresión cubre demasiadas cosas que no pueden ser tratadas en un solo libro. Necesitaremos examinar:
     ¿Qué es una actitud, y por qué es importante?
     ¿Cuáles son los ingredientes necesarios para una actitud de elevadas realizaciones?
     ¿Cómo podemos volver una actitud equivocada, que obra en contra nuestra, a nuestro favor?
Conforme avancemos, descubriremos los indicadores de actitud manifestados en las personas descritas en la Biblia, el mejor manual sobre la actitud que tenemos a nuestra disposición desde que Dios mismo nos lo dio. Obviamente, este libro que escribo no tendrá la última palabra sobre asunto tan importante, pero espero que traiga un poco de luz a los que entienden la importancia de la actitud. Es mi oración que sea de utilidad a los que quieran cambiar.
Aplicación de Actitud:
Tome unos pocos minutos antes de proceder y hágase las siguientes preguntas:
¿He prestado atención a mi actitud últimamente?
¿Cómo considero mi actitud?
Nunca ha sido mejor

Nunca ha sido peor

Nariz arriba
Nariz abajo

¿Cuál es un indicador de actitud (algo que refleje mi perspectiva) en mi vida?

Bendiciones invisibles


Bendiciones invisibles     JULIO 30
La reina del Sur se levantará en el juicio contra los hombres de esta generación y los condenará, porque ella vino desde los confines de la tierra para oir la sabiduría de Salomón, y en este lugar hay alguien que es más que Salomón. Lucas 11.31
Inmensas multitudes acompañaban a Jesús en su ministerio. Muchos de ellos eran curiosos que daban a entender que estaban dispuestos a comprometerse. Les faltaba apenas alguna señal del cielo para estar seguros de que él era realmente el Mesías. Jesús le habló a la multitud, diciendo: «Esta generación es mala; demanda señal, pero señal no le será dada, sino la señal de Jonás» (Lc 11.29).
Lo de la señal no era más que una excusa. Quien no quiere creer no cederá en su postura frente a las más dramáticas y contundentes evidencias del accionar de Dios. Tal era la generación de los israelitas que salieron de Egipto, una generación obstinada y caprichosa que no confió aun cuando vieron cosas que ningún otro pueblo había visto. La fe es, en esencia, una respuesta espiritual al obrar del Espíritu en nuestro interior. A pesar de esto, con frecuencia nos convencemos de que nuestra fe sería más fuerte si tuviéramos mayores evidencias del obrar de Dios en nuestras vidas. Sentimos que todo el esfuerzo de creer recae sobre nosotros y sería oportuna una «ayudita» a nuestra fe.
El Señor, sin embargo, quería mostrarles algo diferente: las señales que buscaban ya existían, solamente que ellos no las veían. Como lo hizo en tantas otras ocasiones, Cristo escogió el ejemplo de aquellos que no eran del pueblo judío para ilustrar la correcta postura de fe. Mencionó a los habitantes de Nínive, que creyeron en la predicación de Jonás, un predicador con poca «gracia» para comunicar el mensaje. Sin embargo, creyeron porque existía en ellos la apertura espiritual necesaria para la fe.
Jesús mencionó también, en el pasaje que hoy nos ocupa, a la reina del Sur; es decir, la reina de Sabá que visitó a Salomón (1 Re 10.1–13). Esta mujer era la soberana de una nación en África, acostumbrada a que le sirvieran en todo lo que deseaba. No obstante, haciendo a un lado sus privilegios reales, viajó una enorme distancia buscando conocer la sabiduría del legendario rey de Israel. Los ninivitas y la reina del Sur poseían algo en común: una apertura a lo espiritual, algo marcadamente ausente entre los israelitas. Hemos de notar, además, que ni los ninivitas ni la reina de Sabá poseían la rica herencia espiritual que poseía el pueblo de Dios. Los que estaban con Jesús tenían acceso a la más extraordinaria señal jamás vista por los hombres. Sin embargo, entre los que más tenían se notaba la mayor pobreza de espíritu.
Así también ocurre en nuestras vidas. Frecuentemente estamos empecinados en buscar algo que, a nuestro criterio, nos está faltando. Nuestra obstinación no nos permite percibir ni disfrutar de aquellas bendiciones que están en nuestro medio y que, muchas veces, son mayores que aquello que estamos buscando.
Para pensar:
«La mente carnal no ve a Dios en nada, ni siquiera en las cosas espirituales. La mente espiritual ve a Dios en todo, aun en las cosas naturales». R. Leighton.
Shaw, C. (2005). Alza tus ojos (30 de julio).

Verdaderos adoradores


Verdaderos adoradores     JULIO 29
Pero la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Juan 4.23
Esta escena tiene un valor muy especial para todos aquellos que deseamos conocer mejor a nuestro Dios. Es una de esas pocas ocasiones en las cuales Jesús revela, con palabras, los deseos del Padre. No podemos dejar de sentirnos descolocados frente a su revelación, pues en medio de una discusión acerca de las «formas» de la adoración -algo absolutamente efímero (pero que no ha dejado, sin embargo, de seducirnos una y otra vez)- Cristo introduce una frase que sorpresivamente nos lleva a considerar lo que es la «esencia» de la adoración.
Uno de los aspectos de su declaración salta a la vista inmediatamente: existen dos clases de adoradores, los verdaderos y los falsos. No hace falta remarcar que si un adorador es falso, en realidad no es un adorador, sino alguien que asume el papel de adorador. Esto nos obliga a meditar en nuestras propias experiencias de adoración: ¿realmente adoramos o fingimos estar adorando durante los momentos públicos destinados a esta actividad?
Con sólo pensar en esto nos damos cuenta de cuál es la diferencia entre una cosa y la otra. El falso adorador es, precisamente, el que considera a la adoración como una actividad. Es decir, por momentos deja lo que está haciendo para dedicarse a una nueva actividad: la de expresar adoración al Padre. No está haciendo más que asumir los movimientos e incorporar las palabras apropiadas a tal actividad. Quizás las ha visto en otros y las sabe imitar con facilidad. De todas maneras, en su mente la adoración es una de las tantas actividades relacionadas con la vida espiritual.
Cuando Cristo habla del verdadero adorador, no está describiendo las actividades de una persona; está haciendo referencia a lo que una persona es. De la misma manera que nosotros podríamos describir a una persona por su origen, diciendo que es griega, polaca o española -y se entendería que esto no se refiere a una actividad sino a su identidad-, Cristo identifica a ciertas personas dentro del reino por el corazón que poseen: son verdaderos adoradores del Padre.
Un adorador no puede convivir con la carne y el pecado. La adoración es, en última instancia, el resultado de un dramático y profundo encuentro con Dios, donde tales cosas se han vuelto abominables. El verdadero adorador que el Padre anhela es el que adora en espíritu y verdad. Es una persona que combina la realidad espiritual producida por el Espíritu de Dios (pues nadie puede relacionarse con Dios si no es por medio del Espíritu), y la purificación del ser interior que viene por medio de la verdad eterna. Es decir, es una persona que refleja con todo su ser la relación en la que está profundamente envuelta.
Para pensar:
¿Cómo se definiría como adorador? ¿Su adoración está limitada a actividades en reuniones públicas? ¿Cómo puede cultivar más su identidad como adorador?
Shaw, C. (2005). Alza tus ojos (29 de julio). San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.